sábado, 8 de octubre de 2011

James Bond (y IV). Pierce Brosnan y Daniel Craig: nuevos tiempos, nuevas caras.


Tras Licencia para matar, James Bond se pasó seis años en el paro. Existen diversas explicaciones del por qué de este parón, pero destaca sobre todas el hecho de que muchos daban por agotada la franquicia. El propio Timothy Dalton rechazó protagonizar una tercera colaboración en la saga, cuyo estreno se pensó para 1993, cansado del personaje. Sin embargo, ahí estaba Pierce Brosnan, y además disponible (en 1987, los productores trataron de contratarle pero, dado que estaba en su mejor momento televisivo con la serie Remington Steele, resultó imposible). Atractivo, buen actor, elegante, distinguido,… Pierce Brosnan había nacido para ser 007. Con su sola presencia logró redefinir al personaje, por más que éste mantuviera sus rasgos tradicionales. La interpretación de Brosnan, al contrario que las de Moore, Lazenby y Dalton, podía mirar a los ojos a la de Connery, por más que sea imposible superarla.

Goldeneye (1995) surge como un buen vehículo para resucitar la saga. Dirigido eficazmente por Martin Campbel, director especializado en el género, todo se enmarca más o menos dentro de lo políticamente correcto en cuanto a violencia y sexo. Si bien no es uno de los mejores títulos de la saga, sí se trata de uno de los más entretenidos y efectivos.

Dado que ya parecían haberse acabado las novelas y relatos de Fleming por adaptar (salvoCasino Royale, que ya había aparecido en cine en los 60 de manos de otra productora, y en TV en los años 50), los títulos Brosnan surgen de la más pura inventiva de los guionistas. ‘Goldeneye’, por ejemplo, era el nombre de la casa de Ian Fleming en Jamaica, desde donde escribía sus libros.

Bond aquí debe luchar contra unos cuantos rusos que se han hecho con un peligroso satélite de su gobierno para utilizarlo con fines militares. Aunque en verdad Goldeneye no aporta mucho al universo Bond, es innegable que devolvió la dignidad perdida a un personaje que se había quedado viejo y soso.

La gente respondió muy positivamente al filme en las salas y Goldeneye se convirtió en la película más taquillera de la saga hasta el momento, doblando incluso la recaudación de sus predecesoras. En cuanto a los aspectos formales, destacan los títulos de crédito, con música de Bono y Tina Turner; las secuencias de acción (como la del tanque o el inmejorable teaser); así como actores como Sean Bean o Gottfried John –recurrente en la filmografía de Fassbinder- haciendo de los rusos chungos, o Judi Dench, interpretando a ‘M’, la nueva jefa de Bond, que actualiza los valores de la saga. Son los 90: los tiempos han cambiado y ahora una mujer también puede mandar en un universo de hombres.

A Goldeneye le siguió El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997). En este filme tienen continuidad la tecnología y la acción como bases de la trama, tal y como había establecido su predecesora. Tal vez sea una de las más ruidosas y explosivas de la saga. El ritmo es trepidante y las escenas de acción están muy bien realizadas. Sin embargo, la calidad de la dirección, desde mi punto de vista, se limita solo a eso: me resulta una película bastante cargante, repetitiva eirregular, cuya única aspiración es ofrecer entretenimiento. Considero fallos importantes de la cinta la elección de Jonathan Pryce para interpretar a un magnate de la comunicación que no asusta nada, y el tema principal, que debería haber sido el que aparece en los créditos finales (Surrender, en el que se inspira el resto de la banda sonora). He aquí, sin embargo, la principal contribución de esta película a la saga: El mañana nunca muere es la primera película Bond en la que la banda sonora corresponde a David Arnold, proclamado por muchos el digno heredero de John Barry, autor de los scores más míticos de la saga. Por lo demás, tengo la impresión de que la cinta ha envejecido bastante mal, en el sentido de que el futuro de dominación audiovisual analógico que plantea no encaja del todo con presente que vivimos, donde la comunicación digital e interactiva tiene el poder: así las cosas, creo que esta película no se habría rodado hoy día.

La última película Bond de los noventa es El mundo nunca es suficiente (Michael Apted, 1999), en la que de nuevo son reseñables las eficaces escenas de acción (impresionante teaser en Bilbao y Londres) y las dos chicas Bond, interpretadas por Denise Richards y Sophie Marceau. Las dos están bastante buenas, aunque la segunda es claramente mejor actriz. En este filme, Bond se ve inmerso en una investigación en la que se mezclan bombas nucleares y las guerras por el petróleo. Formalmente, no supone ninguna aportación a la serie, aunque cabe resaltar la calidad del guión y en general del filme, claramente superior a su predecesor, y probablemente el mejor de la etapa Brosnan. Es importante decir que, debido a la muerte del productor Albert R. Broccoli durante la producción de El mañana nunca muere, a partir de El mundo nunca es suficiente se han hecho cargo de la saga a solas su hija, Barbara Broccoli, y su hijastro, Michael G. Wilson, quienes ya habían desempeñado labores de producción desde los 80.

Con el nuevo milenio llega el último título de Brosnan en la saga, Muere otro día (Lee Tamahori, 2002), en el que las escenas de acción son aún mejores –o, al menos, más innovadoras e impactantes- que en las anteriores entregas. Aquí Bond se enfrenta a unos norcoreanos que, en posesión de un satélite que funciona con energía solar, pretenden dominar el mundo. Aunque su plan recuerde claramente al de Diamantes para la eternidad, la gran baza de la película es el uso de los efectos especiales digitales, muy puestos de moda por Matrix y demás taquillazos derivados de la época. El virtuosismo digital deriva, bajo mi punto de vista, en efectismos abusivos que resultan el mayor enemigo del filme, pues le restan credibilidad y hacen que el guión derive a la ciencia-ficción hacia el final. Conviene hacer mención especial de Halle Berry como chica Bond, cuya aparición saliendo del mar es un claro auto-homenaje de los productores a su saga. Rayos láser, satélites, coches con misiles o intercambios de ADN son algunas de las muchas cosas que ofrece Muere otro día para resaltar el cambio de era. Madonna interpreta el tema principal y hace un cameo. Por lo demás, la persecución de coches sobre el hielo me parece insuperable.
Si bien las películas con Pierce Brosnan no aportan, estructuralmente, apenas nada a la serie (se trata de continuaciones independientes unas de otras), las de Daniel Craig (dos, hasta ahora) son una renovación de casi todo lo que James Bond supone, una verdadera actualización a los nuevos tiempos que no se queda tan solo en la superficie, como sucede en la etapa Brosnan.

Casino Royale (Martin Campbell, 2006) es un eficaz instrumento para romper con la rutina y los clichés ya asumidos pero sin traicionar la naturaleza más pura de la saga: James Bond ahora es rubio y más joven –el más joven desde Sean Connery- (renovación externa), un hombre más sensible, que está empezando en el Servicio Secreto, movido por sus pasiones, al que le encargan su primera misión (renovación interna). Su bebida favorita (Martini con vodka mezclado no agitado) cambia, se recuperan antiguos valores como la afición por las cartas, se altera el orden establecido de ciertos elementos (véase en qué momentos aparecen su frase de presentación o el disparo inicial de todas las películas), la trama tiene continuidad en el siguiente título…

La elección de Martin Campbell como director no es casual: también fue el realizador que introdujo a Brosnan en la serie, y su talento para el cine de acción es indiscutible. En el guión destaca la colaboración del cineasta Paul Haggis (asociado como guionista y / o director a oscarizados títulos como Million dollar baby o Crash).

Casino Royale es una muy buena adaptación literaria de la primera novela de Ian Fleming, que evita los excesos pirotécnicos de sus predecesoras (hasta cierto punto, claro), para desarrollar unos personajes que parecen nuevos (y en cierto modo, lo son). Destacan el genial Daniel Craig (el primer Bond nominado a los Bafta británicos como mejor actor), Eva Green (estupenda), Mads Mikkelsen como Le Chiffre (el enemigo de esta cinta) y Giancarlo Giannini como René Mathis, todos ellos reunidos en esa lección de cine que me parece la partida de cartas, en la que el director controla plenamente el tiempo y la tensión.

Los personajes sangran, la violencia es realista, Bond puede sufrir y despeinarse (desde los 60 no pasaba),… Sin olvidarse del nuevo público, Casino Royale recupera la esencia más pura del primer 007 y ha sido merecidamente aplaudida y recompensada por el público en taquilla.

Quantum of solace (Marc Forster, 2008) es hasta ahora la última aventura del agente y el único título que no se ha traducido al castellano de la serie. Aun siendo bastante inferior a Casino Royale, me parece una película interesante: las nuevas entregas vienen cargadas de novedades y aire fresco en comparación con muchos de los episodios de los 80 y 90. Hay quien dice que el nuevo Bond es una copia de Jason Bourne, pero personalmente creo que Bourne le debe más a Bond que Bond a él. Los productores solo están siguiendo su estrategia habitual para mantener la franquicia viva: adaptarse a los nuevos tiempos, y si lo que imponen estos nuevos tiempos son las escenas de acción de montaje hiperactivo rebosantes de planos que juegan al despiste, es lógico que los productores estén interesados en ellas. El problema aquí es que se nota que el director no está especializado en ese tipo de escenas, y el despiste es extremo. Hace falta algo más de mano en el montaje: la película sería mucho mejor si pudiera respirar, más allá del corsé de la complicada trama y las confusas escenas de acción. Sin embargo, Quantum of solace me parece un filme digno de ver en general, con un buen tema principal, unos títulos de crédito de lo más chulos, un Mathieu Amalric muy interesante… entre otros atractivos.

Como hemos visto, para los nuevos títulos desde los 90 hasta la actualidad se han buscado directores que han gozado de cierto prestigio anteriormente para reforzar el producto y darle más calidad. También es importante señalar que la saga Bond ha dejado de ser un punto de encuentro de modelos metidas a actrices y actores de capa caída o semidesconocidos (por más que ya aparecieran estrellas pujantes como Christopher Walken o Jeroen Krabbé en los ochenta). Ahora se buscan intérpretes oscarizados y con reputación, bastantes de ellos curtidos en el cine europeo (Amalric, Giannini, Green, Berry,... o el propio Craig) para darles la oportunidad de participar en una saga que parece que siempre ha estado ahí. De momento, aparentemente superados los problemas financieros, ya se está fraguando Bond 23, siguiendo estas tendencias señaladas, con Sam Mendes como director, Craig de nuevo como protagonista y rumoreadas colaboraciones de Ralph Fiennes, Javier Bardem y/o Rachel Weisz.

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